¡Oh, cómo se ilumina mi cuerpo, desde mis venas,
con más fulgor, desde que te conozco!
¡Mírame! Ando más erguido, más fuerte,
y sólo tú me esperas. ¿Quién eres?
Siento cómo me distancio de mi antiguo yo,
hoja a hoja me pierdo (como mi pelo),
y resucito verde y firme.
Sólo tu sonrisa persiste, como las estrellas,
tanto sobre tí, como sobre mí.
Aquello que desde mi infancia permanecía innombrable
y que brilla más que el fluir del río.
A todo eso, le pondré tu nombre en un altar:
ardiente, como el color de tu cabello
y rodeado por tus suaves pechos.